20130315
Cómo se formó el poder monárquico-absolutista de los papas 2012-09-21: Leonardo Boff
Escribíamos anteriormente en estas páginas
que la crisis de la Iglesia-institución-jerarquía radica en la absoluta
concentración de poder en la persona del papa, poder ejercido de forma
absolutista, distanciado de cualquier participación de los cristianos y creando
obstáculos prácticamente insuperables para el diálogo ecuménico con las otras
Iglesias.
No fue así al principio. La Iglesia era una
comunidad fraternal. No existía todavía la figura del papa. Quien dirigía la
Iglesia era el emperador pues él era el Sumo Pontífice (Pontifex Maximus) y no
el obispo de Roma ni el de Constantinopla, las dos capitales del Imperio. Así
el emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico de Nicea (325)
para decidir la cuestión de la divinidad de Cristo. Todavía en el siglo VI el
emperador Justiniano, que rehízo la unión de las dos partes del Imperio, la de
Occidente y la de Oriente, reclamó para sí el primado de derecho y no el de
obispo de Roma. Sin embargo, por el hecho de estar en Roma las sepulturas de
Pedro y de Pablo, la Iglesia romana gozaba de especial prestigio, así como su
obispo, que ante los otros tenía la “presidencia en el amor” y “ejercía el
servicio de Pedro”, el de “confirmar en la fe”, no la supremacía de Pedro en el
mando.
Todo cambió con el papa León I (440-461),
gran jurista y hombre de Estado. Él copió la forma romana de poder que es el
absolutismo y el autoritarismo del emperador. Comenzó a interpretar en términos
estrictamente jurídicos los tres textos del Nuevo Testamento referentes a Pedro:
Pedro como piedra sobre la cual se construiría la Iglesia (Mt 16,18), Pedro, el
confirmador en la fe (Lc 22,32) y Pedro como Pastor que debe cuidar de sus
ovejas (Jn 21,15). El sentido bíblico y jesuánico va en una línea totalmente
contraria: la del amor, el servicio y la renuncia a cualquier honor. Pero
predominó la lectura del derecho romano absolutista. Consecuentemente León I
asumió el título de Sumo Pontífice y de Papa en sentido propio. Después, los
demás papas empezaron a usar las insignias y la indumentaria imperial, la
púrpura, la mitra, el trono dorado, el báculo, las estolas, el palio, la
muceta, se establecieron los palacios con su corte y se introdujeron hábitos
palaciegos que perduran hasta los días actuales en los cardenales y en los obispos,
cosa que escandaliza a no pocos cristianos que leen en los evangelios que Jesús
era un obrero pobre y sin galas. Entonces empezó a quedar claro que los
jerarcas están más próximos al palacio de Herodes que a la gruta de Belén.
Pero hay un fenómeno de difícil comprensión
para nosotros: en el afán por legitimar esta transformación y garantizar el
poder absoluto del papa, se forjaron una serie de documentos falsos. Primero,
una pretendida carta del papa Clemente (+96), sucesor de Pedro en Roma,
dirigida a Santiago, hermano del Señor, el gran pastor de Jerusalén, en la cual
decía que Pedro antes de morir había determinado que él, Clemente, sería el
único y legítimo sucesor. Y evidentemente los demás que vendrían después.
Falsificación todavía mayor fue la famosa Donación de Constantino, un documento
forjado en la época de León I según el cual Constantino habría hecho al papa de
Roma la donación de todo el Imperio Romano. Más tarde, en las disputas con los
reyes francos, se creó otra gran falsificación, las Pseudodecretales de Isidoro
que reunían falsos documentos y cartas como si proviniesen de los primeros
siglos, que reforzaban el primado jurídico del papa de Roma. Y todo culminó con
el Código de Graciano en el siglo XIII, tenido como base del derecho canónico,
pero que se basaba en falsificaciones y normas que reforzaban el poder central
de Roma además de en otros cánones verdaderos que circulaban por las iglesias.
Lógicamente, todo esto fue desenmascarado más tarde pero sin producir
modificación alguna en el absolutismo de los papas. Pero es lamentable y un
cristiano adulto debe conocer los ardides usados y concebidos para gestar un
poder que está a contracorriente de los ideales de Jesús y que oscurece el
fascinante mensaje cristiano, portador de un nuevo tipo de ejercicio del poder,
servicial y participativo.
Posteriormente se produjo un crescendo del
poder de los papas: Gregorio VII (+1085) en su Dicta tus Papae (la dictadura
del papa) se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo; Inocencio
III (+1216) se anunció como vicario-representante de Cristo y por fin,
Inocencio IV (+1254) se alzó como representante de Dios. Como tal, bajo Pío IX
en 1870, el papa fue proclamado infalible en el campo de doctrina y moral.
Curiosamente, todos estos excesos nunca han sido denunciados ni corregidos por
la Iglesia jerárquica porque la benefician. Siguen sirviendo de escándalo para
los que todavía creen en el Nazareno pobre, humilde artesano y campesino
mediterráneo, perseguido, ejecutado en la cruz y resucitado para levantarse
contra toda búsqueda de poder y más poder aun dentro de la Iglesia. Ese modo de
entender comete un olvido imperdonable: los verdaderos vicarios-representantes
de Cristo, según el evangelio de Jesús (Mt 25,45) son los pobres, los sedientos
y los hambrientos. Y la jerarquía existe para servirlos, no para sustituir los.
COMENTARIO: Ahora que tenemos papa, meago. Una
pregunta después de, leer este escrito ¿Es fe o afán de poder? hay la dejo para
los mas entendidos, yo por mi parte digo, cuando la ciencia demuestra nuestros orígenes
las creencias están de más…LA RECORTA.
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